El mito de la "dilución"
En el tema de la polución química ha habido, a lo largo del tiempo, un serie de mitos que han dificultado una comprensión del problema. Uno de los que ha tenido efectos más nocivos es el mito de la dilución de los contaminantes , por el que algunas personas que creído que la Naturaleza es tan grande que, simplemente, cualquier contaminante que vertamos en ella acaba por diluirse tanto que finalmente sus concentraciones se hacen tan bajas que ya no pueden afectarnos. Basados en creencias como ésta , o sin basarnos en nada más que en la simple irresponsabilidad, hemos emitido sin cesar millones de toneladas de sustancias tóxicas,durante décadas, a los aires ,las aguas, o los suelos. Pero quienes hemos hecho tales cosas, consciente o inconscientemente, dejábamos a un lado una serie de criterios básicos en la ciencia de la ecología que dictan que, básicamente, a través de las cadenas alimentarias, por ejemplo, cualquier cosa que haya en nuestro medio puede acabar y con frecuencia acaba, formando parte de nosotros y afectándonos.
Es una triste paradoja que realmente los seres vivos no sean sino como esponjas que, finalmente, acaban por absorber buena parte de los contaminantes vertidos. De hecho, hay incluso una disciplina científica que se encarga de utilizar seres vivos, como algunas especies de plantas, para extraer de los suelos contaminados las sustancias tóxicas (bio-remediación).
Lejos de ser cierta la suposición de que los contaminantes se diluyan , la ciencia nos demuestra, más bien, que los seres vivos actúan como auténticos imanes para los contaminantes diseminados sobre la faz de la tierra. Lo que sucede es similar a si esparcimos un montón de limaduras de hierro sobre un blanco papel y ponemos luego bajo él un imán.Nuestros organismos actúan sobre los contaminantes, demasiadas veces, como ese imán sobre las limaduras.
El hombre ha generado decenas de miles de sustancias químicas sintéticas en cantidades inauditas. Además, ha liberado con su actividad industrial ingentes cantidades de otras sustancias que aunque fueran naturales, como algunos metales pesados (como el plomo o el mercurio, por ejemplo) o algunos hidrocarburos, de forma natural tenían obviamente concentraciones mucho menores en los ecosistemas. Todo este complejísimo caudal químico ha sido inoculado en las arterias de la trama de la Vida y tiende, por la propia naturaleza del funcionamiento de la Biosfera, a retornar a aquel que lo produjo. Es una triste ironía. Pero es así. Y cualquier persona con unos rudimentos básicos de ecología sabe por qué.
Hay un concepto básico a tener en cuenta para comprenderlo: el de la bio-acumulación. Es decir, que se da la lamentable circunstancia de que muchos de los compuestos de los que estamos hablando , son bioacumulativos. A saber: que se van acumulando en los seres vivos. Y ,además, para complicar la cosa, entra en juego otro concepto básico: el de la bio-magnificación. O lo que es lo mismo, que esa acumulación es mucho mayor en los seres vivos que en el medio en el que se encuentran, creciendo exponencialmente a medida que subimos por la cadena alimentaria. De modo que, especialmente en los super-depredadores, como es el hombre, las concentraciones de una sustancia tóxica pueden llegar a ser millones de veces superiores que, pongamos por caso, en el agua del mar en la que se vertió.
Por citar un ejemplo, fuera de la especie humana, podemos hablar de unos simpáticos mamíferos marinos: las belugas del río San Lorenzo en Canadá, que tenían la desdicha de vivir en unas aguas que recibían los efluentes de zonas industriales importantes. Los científicos que las estudiaban hacia finales de los años 80 –tal y como se nos cuenta en la obra Our Stolen Future (Nuestro Futuro Robado)- habían detectado una caída en el número de ejemplares y diversos extraños problemas de salud en ellas –cánceres de mama, úlceras, neumonía, infecciones generalizadas, alteraciones tiroideas, problemas reproductivos diversos, hermafroditismo,...- y analizando las causas posibles, acabaron por estudiar sus niveles de tóxicos. Fueron tales los niveles de contaminantes que se detectaron en la grasa de algún ejemplar que , para cumplir la ley, sus cadáveres deberían haber sido gestionados por empresas especializadas, con todas las precauciones, ya que eran, en sí mismos, auténticos residuos tóxicos y peligrosos. Es más, una beluga tenía más de 10 veces más PCBs de los que lo harían preceptivo. Lo que no conviene que olvidemos es que, al fin y al cabo, las belugas comían el mismo pescado, que, con frecuencia, acababan capturando los pescadores de la zona.
El mar es el destino de una buena parte de los contaminantes vertidos inicialmente tierra adentro, con frecuencia a mucha distancia de él. Más de un 80% de los tóxicos que reciben los mares procede de tierra firme. Durante mucho tiempo, la creencia en la supuesta dilución de los contaminantes en tan vastas masas de agua ha inducido a minimizar el impacto de tales vertidos. Su aparente infinitud ha abonado tales mitos. Sin embargo, la realidad de los datos ha venido a romperlos.
Un ejemplo claro de los efectos biológicos de esa contaminación de los mares, a través de ríos como pueda ser el Ebro, vamos a verlo a continuación. A principio de la década de los 90 la prensa se llenó de titulares sobre la gran cantidad de delfines que estaban apareciendo muertos en las playas del Mediterráneo. Se había desencadenado una epizootia que estaba acabando con millares de ellos. Cuando se analizaron los cadáveres de estos animales, intentando buscar una causa, se descubrió que si en los delfines sanos había una cantidad determinada de contaminantes como los PCBs, en los enfermos la cantidad que se detectaba era dos y tres veces superior. Los delfines, como es sabido, son grandes consumidores de pescado. Pocos años antes en el Mar del Norte había muerto cerca del 40% de las focas. También estaban cargadas de venenos como los PCBs que habrían debilitado su sistema inmunológico haciéndolas vulnerables a la epizootia que las diezmó. Comían arenques que, como las sardinas y otros peces del Mediterráneo que comían los delfines, estaban cargados de contaminantes.
Lo importante no es sólo que deba entristecernos lo que les suceda a animales tan maravillosos como los delfines o las focas, sino saber que nosotros, como ellos, somos también mamíferos depredadores que comemos pescado contaminado.
No es ningún secreto, sino algo muy bien conocido y documentado, el alto contenido de contaminantes que hay en algunas especies de peces que se consumen habitualmente en la Unión Europea. De hecho en diversos países se alerta a las embarazadas acerca de los peces más conflictivos y las cantidades recomendadas de consumo de las diferentes especies para no sobrepasar unos umbrales de exposición a tóxicos. La Unión Europea ha sido advertida en reiteradas ocasiones por comités científicos independientes sobre los altos contenidos de contaminantes, como los policlorobifenilos (PCBs) , dioxinas, mercurio y otros, en el pescado que llega a los mercados.
En 2001, David Byrne, Comisario Europeo de Sanidad alertó por ejemplo sobre niveles de dioxinas en el pescado del mar Báltico. El Comité Científico de Alimentación Animal ,por su parte, alertaría sobre que los pescados tienen más concentración de estos tóxicos que otros alimentos (con riesgo mayor en los peces más grasos , como los arenques del Mar del Norte, por que las grasas son receptáculos para la acumulación de estos venenos). Lejos de poder considerar esas alarmas como algo puntual, debemos ser conscientes que son más bien parte de una norma que no afecta sólo a peces que vivan en mares más o menos cerrados.
Existe especial preocupación en países que, como Japón, consumen grandes cantidades de pescado. Los más diversos estudios se han encargado de mostrar la presencia de contaminantes de los que luego hablaremos como los retardantes de llama bromados o compuestos organoestánnicos como el TBT en el pescado y marisco(1).
En 2005 la organización ecologista Greenpeace presentó un informe que demostraba lo extendida que estaba la contaminación por este tipo de compuestos. El informe se titulaba “Nadando en químicos. Presencia generalizada de retardantes de llama bromados y de PCBs en las anguilas de los ríos y lagos de 10 países europeos”(2).
De todos modos , sin minusvalorar la importancia que tienen las muchas sustancias tóxicas y bioacumulativas que la ciencia ha identificado, y acerca de muchas de las cuales hablaremos más adelante, no conviene olvidar que centrarse sólo en este tipo de compuestos sería un error de bulto. Ya que hay otras muchas sustancias que ,sin ser particularmente persistentes dentro del organismo, pueden generar en él efectos importantes. Existen sustancias tóxicas a las que , a pesar de no ser particularmente bioacumulativas, podemos estar expuestos con una tremenda regularidad por su presencia frecuente en el aire, el agua , los alimentos u otras fuentes de exposición., o sustancias que, por ejemplo, no siendo tampoco bioacumulativas, con una sola exposición puntual pueden causar daños o desarreglos con una huella prácticamente indeleble. Hay ,en fin, otros tipos de escenarios posibles de los que también nos ocupamos en otros apartados , y que también forman parte de la carga tóxica a la que nos vemos expuestos, de la que las sustancias bioacumulativas, como veremos, son sólo una parte.
Baste para ilustrar un caso de lo anterior, sólo a título de ejemplo, referirse a un grupo de sustancias muy presentes en nuestro entorno cotidiano, los ftalatos, que a pesar de tener una vida media relativamente corta en el cuerpo, que con frecuencia no llega a un día, han sido detectados en la orina humana con niveles bastante constantes ,al parecer debido a una exposición diaria continuada (3).
Como vemos en otros apartados, además de la cruel ironía de que las cadenas alimentarias lleven a nuestros cuerpos muchos de los tóxicos que podríamos creer que iban a diluirse en la vastedad del planeta, hay otras ironías, como que ,con demasiada frecuencia, consciente o inconscientemente, hayamos llenado nuestro entorno más inmediato ,como nuestros hogares y lugares de trabajo, de algunas de las sustancias que más pueden perjudicarnos.
En relación con lo anterior cabe otra cosa que decir. Y es que , al hablar de la bioacumulación y la biomagnificación es probable que, sin pretenderlo, podamos haber contribuido a dar la falsa sensación de que la concentración de los tóxicos ha de ser muy importante para tener efectos. Y ese es, precisamente, otro de los tópicos que los científicos que saben de estos temas se empeñan en desmentir.
NOTAS
1-Ohta et al. (2002). Comparison of polybrominated diphenyl ethers in fish, vegetables and meats and levels in human milk of nursing women in Japan. Chemosfere; 46 (5): 689-696. Van Heijst (1994). Tributylin compounds. Programme on Chemical Safety Group Poisons . Information Monograph. www.inchem.org
2-Greenpeace-Universidad de Exeter. Octubre de 2005.
3-Así ,por ejemplo, lo evidencian estudios como los de Hoppin y otros científicos. Ver, por ejemplo: Hoppin et al. (2002). Reproducibility of urinary phtalate metabolites in first morning urine samples. Enviromental Health Perspectives; 110 (5): 515-518