Dudas tóxicas
Es evidente que hoy no existe la adecuada conciencia entre la población acerca de estas cuestiones. Ello no deja de ser llamativo ante la dimensión del problema sanitario que estamos describiendo , la enorme cantidad de estudios científicos realizados , y los reiterados llamamientos de tantos investigadores. ¿Por qué?. ¿Por qué sigue existiendo también una legislación altamente ineficiente? ¿Por qué se siguen aplicando unos sistemas desfasados de evaluación toxicológica?. ¿Por qué se anteponen los intereses de la industria a los de la salud de las personas?. ¿Por qué , marginando toda prevención, se supone que toda sustancia química es inocente hasta que una carga tremenda de pruebas , pruebas que suelen ser ya la enfermedad y muerte de muchas personas, demuestra lo contrario?. ¿Por qué incluso en ese caso es frecuente que la industria siga negándolo, demorándose a veces durante décadas la prohibición o el debido control, mientras la gente sigue enfermando e incluso, según los casos, muriendo?.
Para respondernos ésas y otras preguntas es importante conocer el cómo. Cómo algunas industrias consiguen todos esos “logros”, en contra de la evidencia científica. No lo consiguen precisamente improvisando sino aplicando unos protocolos perfectamente establecidos. La aparición de una investigación científica que cuestione uno de sus productos es para ellos como la aparición de un foco de fuego en un bosque. Si no se sofoca enseguida el incendio puede extenderse. Para conseguirlo tienen contratados a “bomberos” muy curtidos en estas lides. Empresas con muchos contactos a todos los niveles y especializadas en “gestionar” este tipo de situaciones. Su especialidad es fabricar dudas que desdibujen la percepción de un riesgo, que lo minimicen, que lo atemperen hasta reducirlo a la nada. Que desactiven cualquier estado de alerta de la sociedad. Son empresas especialistas , como ellas a veces gustan en definirse, en manipular las “percepciones” que tenemos de las cosas. Son como la tinta que arrojan los calamares –las industrias- para que nada se vea claro y así poder ponerse a salvo.
Como se titula un libro de David Michaels acerca de estas cuestiones: La duda es su producto. El libro se subtitula Cómo los asaltos de la industria sobre la ciencia amenazan su salud, y en él se desgranan muchos casos reales que nos muestran cómo pueden diluirse las cosas que la ciencia descubre. Se habla incluso de cómo se crea , ad hoc, una nueva clase de pseudociencia que les permite, valiéndose de sus abundantes recursos económicos, crear sus propias “verdades” aparentes con las que contrarrestar el efecto de las investigaciones científicas que les perjudican. Crear la apariencia falsa de que hay controversia científica sobre temas en los que, realmente, no la hay. Y cómo ésas situaciones de confusión ,juntamente con una sutil y no tan sutil forma de influir o controlar a algunos políticos y administraciones, por no hablar de medios de comunicación, son aprovechadas para retrasar, descafeinar o incluso hacer naufragar por completo los intentos de prohibir o regular algunas sustancias.
Se realizan informes pagados por la industria, se prepara a portavoces , muchas veces “científicos”, para que digan una serie de cosas clave perfectamente diseñadas, se preparan encuentros con personas de la Administración y líderes públicos, se montan programas de televisión o de radio, se escriben artículos en la prensa, se dan charlas y conferencias, se presiona a periodistas, se adoctrina a empleados de las fábricas implicadas, se monitoriza lo que hacen las agencias reguladoras, los médicos, los ecologistas, se editan boletines, se desarrollan apoyos políticos,...
En el libro citado se detalla el trabajo de gigantes de las “relaciones públicas”, especialistas en gestionar situaciones de crisis de las grandes corporaciones. Empresas que ayudaron mucho ,por ejemplo, a las grandes tabaqueras a manufacturar dudas sobre los efectos del tabaco, sirviéndose para ello del “impagable” servicio de algunos llamados científicos, y que luego se lanzaron a apoyar a otras multinacionales aún más poderosas.
Es realmente alucinante leer como estas empresas se jactan de haber conseguido, por ejemplo ,como se cita en uno de los informes en el capítulo de “logros”, cosas como que el amianto siguiese produciéndose “a pesar de la validez de muchas de las reclamaciones hechas contra el amianto y los esfuerzos de varios grupos por eliminar el material de nuestra sociedad”. Si saben algo sobre las dimensiones de los daños causados por este material -cientos de miles de muertes- se darán cuenta de lo que representa jactarse de haber ayudado a que siguiera utilizándose durante décadas a pesar de la existencia de tantísimas investigaciones científicas rigurosas que denunciaban sus peligros. Otra victoria de la que se jactaban era, por ejemplo, haber conseguido que sus propios clientes “como resultado de cerca de 400 entrevistas en los medios de comunicación en unos cinco meses se estableciesen a sí mismos como una autoridad en la investigación en las dioxinas”. Es decir, que habían conseguido que las industrias apareciesen ante el público como los mayores sabios en la cuestión y verdaderas autoridades a la hora de establecer si las dioxinas eran buenas o malas para la salud y hasta que punto. Con cosas así consiguieron debilitar las normas en relación a las dioxinas, unos venenos potentísimos. Logros semejantes se jactaban de haber tenido con casos que tenían que ver con el cloruro de vinilo, incineradoras de residuos, fluorocarbonos (por que adelgazaban la capa de ozono), la sacarina, casos de contaminación de aguas subterráneas, el cromo 6, el benceno, diversos fármacos que habían producido graves efectos,...
Este tipo de cosas siguen sucediendo cada día a lo largo y ancho del planeta. Una de las batallas más encarnizadas de los últimos años han sido los esfuerzos por aprobar en la Unión Europea la normativa REACH para el control de las sustancias químicas. Es una lucha constante. ¿O es que creen ustedes que la industria química , uno de los entramados corporativos más extensos y poderosos del orbe, va a quedarse de brazos cruzados y va a aceptar sin más, lo que digan los científicos?
Son los propios científicos ,con frecuencia, los que denuncian los peligros del poder corruptor de la ciencia que pueden tener las grandes corporaciones. Y lo denuncian porque sus efectos sobre la salud de millones de personas pueden ser terribles. Hace unos pocos años un científico llamado Egilman publicó un artículo en una revista técnica que se titulaba así: Corporate Corruption of Science. En él denunciaba los peligros de un sistema económico que “produce enfermedad, porque sus reglas políticas, económicas ,regulatorias e ideológicas priorizan el valor del beneficio sobre el de la salud humana y el bienestar ambiental. Y la ciencia es una parte del sistema , existiendo una tradición considerable de manipulación de evidencias, datos y análisis ,diseñados finalmente para mantener unas condiciones favorables para la industria”(1). En esta situación las industrias pueden beneficiarse y cuando se producen daños rara vez tendrán que pagar por ellos (se asume que es algo que tendrá que abonar finalmente el conjunto de la sociedad , tanto en dinero –de gastos médicos, indemnizaciones, subsidios, etc.- como en sufrimiento).
Se citan casos como el de la industria del plomo, que utilizó durante décadas determinados informes “científicos” consiguiendo décadas de retraso en la adopción de medidas. Casos en los que durante años y años, se esgrimieron una serie de peculiares informes ,muchas veces pagados por la propia industria, que el tiempo juez inexorable , se ha encargado de dejar en su lugar. Por mucho que quienes defendían tales “estudios” engolasen la voz con términos académicos debía ser evidente para ellos su falsedad. Una falsedad que hoy, desvanecida la tinta de calamar, es evidente para todos, como también lo era en su momento para los científicos serios que los cuestionaban. Aunque los informes objetivos que señalaban los riesgos fuesen más numerosos y realizados por instituciones mucho más prestigiosas, bastaba que hubiese unos pocos informes , que se aireaban convenientemente en los medios de comunicación (mucho más que los informes serios, de los que la opinión pública apenas se enteraba) , para que determinadas autoridades –por razones que ya podrán sospechar- tuviesen la excusa de oro para decir que existían “dudas”. Muchas veces era tan sólo eso lo que se buscaba, ganar tiempo mientras la industria iba buscando alguna salida. Cómo antes decíamos, al final el tiempo juez inexorable daba o quitaba razones, pero a lo largo de ése tiempo seguían produciéndose más y más daños.
NOTAS
1 Egilman DS et al. Corporate corruption of science. Over a barrel: corporate corruption of science and its effects on workers and the environment. Int J Occup Environ Health 2005; 11: 331-337
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