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El mito de que todo está controlado

Una de las preguntas que cabe hacernos ante cosas como lo expuesto por los científicos firmantes del Llamamiento de París es: ¿nos protegen las autoridades?. En realidad, esa pregunta ya la respondían los propios firmantes de aquel documento, en consonancia con la práctica totalidad de los científicos, ya que es algo de dominio público.

Es un hecho absolutamente objetivo e incontestable que existe un insuficiente control sobre las sustancias tóxicas. Es más, es algo absolutamente objetivo e incuestionable que decir que este control es simplemente insuficiente es ser extremadamente suave.

Los científicos firmantes denunciaban como a pesar de la conciencia creciente sobre los efectos que sobre nuestra salud está teniendo la exposición constante y difusa a miles de compuestos químicos tóxicos, cada vez más numerosos, sigue existiendo una ineficiente regulación legal que permite que se pongan en el mercado “sin haber sido objeto, previamente y de forma suficiente ,de test toxicológicos y de estimación de riesgos para el hombre”. Esta última afirmación, rigurosamente cierta, es lo suficientemente importante como para que nos detengamos a reflexionar sobre ella.

No debemos olvidar que, como se dijo, el hombre, con una especial intensidad desde la Segunda Guerra Mundial, ha creado más de cien mil sustancias químicas nuevas que no existían en la Naturaleza y que además, ha liberado ingentes cantidades de otras que ,siendo naturales, como por ejemplo sucede con determinados metales pesados, no estaban antes diseminadas por la tierra en las proporciones y del modo que hoy lo están. Todo ese ingente caldo de nuevas sustancias, tras combinarse entre sí y con las de la Biosfera, pueden haber dado lugar a millones de nuevas sustancias. Y no es menos importante apuntar que todo ello se ha hecho ,como apuntaba también el Manifiesto de París, sin considerar los posibles efectos biológicos de los cambios químicos que se introducían, y basándose tan solo en la simple suposición de que o no existirían o que, de existir, serían despreciables. Esto es: prescindiendo absolutamente de la más elemental cultura de la prevención. Cultura que habría llevado a que antes de diseñar cualquier sustancia nueva y ponerla en el mercado y, por ende, en el medio que nos envuelve y, a la vez, nos integra, se hubiera estudiado y garantizado debidamente su inocuidad.

Prueba de lo dicho es que, por escandaloso que pueda parecer, de las más de cien mil sustancias que hemos introducido, solo un uno por ciento se ha estudiado de forma más o menos debida acerca de sus efectos sanitarios o ecológicos (1). Y decimos más o menos debida porque ,en realidad, muy frecuentemente los sistemas utilizados para determinar la toxicidad ,como se ve en otros apartados de esta web con más detalle, no han considerado aspectos importantísimos, además de ser gravemente deficientes en sí mismos. En cualquier caso y aunque tal toxicidad hubiera sido plenamente bien evaluada no lo olvidemos: ¡sólo hablaríamos de un uno por ciento!.

Para ilustrar lo que decimos basta recordar que cuando en los Estados Unidos el Consejo Nacional de Investigación pretendió conocer qué era lo que se sabía a ciencia cierta sobre los efectos que tantas sustancias químicas podían tener sobre la salud, llegaron a la llamativa conclusión de que no existía información alguna sobre la toxicidad de más del 80% de cerca de 50.000 productos químicos industriales (se dejaban fuera los pesticidas, los aditivos alimentarios, cosméticos y medicamentos) (2). Conviene resaltar que no es que la información que existiera sobre ese 80% de las sustancias fuera insuficiente , sino que no existía en absoluto. Sobre el resto ,aquellas de las que existía alguna información, sólo en un muy pequeño porcentaje esta podía considerarse mínimamente aceptable . Ya nos ocupamos en otros apartados de la situación real de esas otras sustancias que se dejaron fuera, tales como los pesticidas o los cosméticos.

Lo preocupante del asunto es que tal situación denunciada sigue sin ser corregida , ni en Estados Unidos, ni en Europa, ni en otros lugares, en este momento. Y que nada permite suponer o esperar que vaya a hacerse debidamente en mucho tiempo a no ser que haya cambios muy notables en nuestra forma de afrontar el problema.

Los datos disponibles hablan de unas 85.000 sustancias registradas en los EE.UU. y unas 100.000 en la UE. Se sabe que miles de sustancias químicas, entre las decenas de miles que el hombre ha creado, pueden tener efectos tóxicos, con frecuencia aún a muy bajas concentraciones. Ya se ha comprobado con centenares de ellas. Y sin embargo se sigue permitiendo que la práctica totalidad de los nuevos compuestos químicos se pongan en el mercado, pudiendo llegarnos por el aire, el agua o la comida, o a través de la piel, sin demostrar antes debidamente que sean inocuos.

Los científicos firmantes del Llamamiento ,como otros muchos en todo el mundo, consideraron que tal estado de cosas era sencillamente inaceptable y solicitaron que se articularan medidas como la prohibición y sustitución de las sustancias tóxicas, además de la instauración de un eficiente principio de precaución que no forzase a la consecución de exigentes pruebas epidemiológicas que , por sí mismas, implicasen que los daños ya se hayan producido. Han pedido también que se revisaran los niveles legales de algunas sustancias tóxicas, ya que no han sido establecidos teniendo en cuenta a los individuos más vulnerables, en particular a los niños. Pero ni a estas ni otras peticiones se ha hecho caso todavía.


 

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NOTAS:


 

1 “Exposición a sustancias químicas y salud humana: Avances en la política de control del riesgo químico”, documento preparado desde la Sección de Toxicología Ambiental de la Asociación Española de Toxicología (AETOX) ,para el Grupo de Trabajo 11, del VI Congreso Nacional de Medio Ambiente. En este documento se revela por ejemplo que de las más de 100.000 sustancias químicas incluidas en el inventario EINECS prácticamente el 75% no disponía de datos sobre efectos sobre los seres vivos y casi el 25% tenía datos insuficientes.


 

2 Daphnia. Nº8 (abril 1997) ISTAS.

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