¿Nos protegen las leyes?
Para muchos científicos conocedores de la auténtica dimensión sanitaria de los problemas de los que hablamos el panorama es descorazonador .
Un buen resumen de como las leyes ambientales no nos protegen de los cientos de tóxicos industriales a los que estamos expuestos regularmente, lo hace la científica americana Anne Steinemann. Nos recuerda esta experta los vicios con los que se hacen las normas que supuestamente debieran protegernos , de modo que pasan por alto toda una serie de cuestiones imperdonables. Asuntos esenciales son olvidados por la normativa, de modo que incluso se olvida “la manera en la que los contaminantes llegan hasta nosotros en realidad: mediante exposiciones (no emisiones), mediante mezclas de contaminantes (en lugar de contaminantes aislados), a través de varios medios (agua, aire, tierra, polvo, productos de consumo, en lugar de un solo medio), por medio de varias rutas (epidérmica, ingestión, inhalación, intergeneracional, en lugar de una sola ruta), produciendo múltiples efectos sobre la salud (tales como daños al sistema inmune, neurológico, endocrino y reproductivo, además del cáncer, frecuentemente tomado como el único criterio de regulación)”.
Nuestras leyes son demasiado toscas, burdas, y en buena medida están al margen del conocimiento científico actual y no pueden servir para afrontar la complejidad y la sutileza de un problema que no por sutil es menos terrible. Unas leyes que, en especial, nos desprotegen ante las que ,como insiste Steinemann, son “las fuentes más importantes de exposiciones a los contaminantes” como las que tienen que ver, por ejemplo, “con la contaminación del aire en ambientes interiores y los productos de consumo que escogemos” cuyos “riesgos son mucho mayores que los riesgos por el aire exterior y las fuentes reguladas tradicionalmente”.
“Paradójicamente” –añade Steinemann- “los sitios que normalmente consideramos más “seguros” (hogares, escuelas, lugares de trabajo, vehículos, edificios públicos, instalaciones médicas) y los productos que consideramos “seguros” (debido a que son comúnmente vendidos y usados) son precisamente las principales fuentes de exposiciones a contaminantes. Sin embargo, estas fuentes casi no se encuentran reguladas por las leyes ambientales existentes”. Ante lo que nos dice esta experta, que por otro lado es algo incuestionable, ¿qué cabe decir?.
En resumen, y como hemos visto en otros apartados de esta web, una parte importante de las cosas en las que confiábamos no tenían base científica alguna. Son puras supercherías en las que creemos por simples actos de fe. Ni las dosis son tan “bajas”, ni los límites “legales” necesariamente nos defienden ni, en fin, tantas otras cosas. Y ello hace más comprensible ahora lo que decían los científicos firmantes del llamamiento de París acerca de que estábamos en peligro. Es evidente que, ante todo lo dicho, no cabe más que trabajar en la construcción de un edificio de verdadera seguridad química en el que los todos , usted también querido lector, debemos formar parte activa.
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NOTAS:
1 Steinemann A. (2005)La exposición humana y los peligros para la salud. Parte 2. Edición Electrónica en Castellano de Rachel´s Environment & Health News 811. Salud y Medio Ambiente. Boletín Informativo 811. Peter Montague Editor